ALMA Enero 2016
Empecé a desear escribir este libro hace mucho, mucho tiempo, pero sólo supe que tenía que escribirlo hace relativamente poco. Un amigo me dijo que ya hablaba de él cuando escribía el segundo tomo de mi saga de Los Caminantes, lo cual nos sitúa, más o menos, en 2010. En 2014 hice algunos esfuerzos tempranos y tímidos, pero se detenían cuando comprendía que no tenía ni el conocimiento ni las vivencias necesarias para afrontarlo. No sabía nada del mundo espiritual que nos rodea, ni de cómo “ven” los médiums, ni del esquema general de cómo funcionan las cosas.
Un día, le comenté a mi editor que quería escribir sobre “fantasmas”, y aunque los dos sabíamos que el tema había sido ampliamente manoseado en literatura y cine (entre otros medios) me puso en contacto con un montón de personas que serían importantísimas para la historia, la mayoría ligadas a ámbitos distintos del que nos ocupa pero todos de gran éxito profesional. Eran personas “conectadas” o “dotadas” que me contaron sus experiencias personales, me hablaron de sus capacidades y me pidieron que no revelara sus nombres. Esto me daba una gran confianza: Ellos no vendían blogs, cursos, o libros. De hecho, no les gustaba hablar del tema porque “la gente pone un muro de rechazo cuando hablas de estas cosas”.
Estuve dos años hablando, preguntando, buscando y encontrando. Conocí gente preciosa (y no puedo enfatizar cuánto), leí mucho, leí demasiado, aprendí y desaprendí, y a medida que comprendía que mi interpretación de la “realidad” había estado marcada e impuesta por convenciones sociales y culturales, atravesé algunos momentos personales íntimos bastante difíciles. Llegó un momento en el que olvidé que el objetivo, era escribir un libro. Estaba sumergido en una especie de introspección personal. Los “fantasmas”, como esa gente conectada me repetía constantemente, no eran sino la parte morbosa de un cuadro mucho más basto, precioso y complejo.
La novela empezó a nacer, pero no sin esfuerzo. Me costaba construir una historia, manchar todo lo que había aprendido y sentido de ficción lúdica era una especie de sacrilegio que percibía como feo y terrible. Pero llegué a un equilibrio soportable: La parte de ficción sería el atrezzo, partes no esenciales que no contaminarían el mensaje implícito. Con ese acuerdo, la historia empezó a correr por si sola, como un caballo desbocado.
Aún así no fue fácil; había aún un montón de cosas que no comprendía. Faltaban piezas, iba a ciegas. Sin embargo, como dice a menudo la doctora Chambers en la novela, la información fue apareciendo y encajando lentamente en su sitio, justo cuando la necesitaba. La sensación era a menudo de eufórica sorpresa: Escribía porciones desordenadas, pero las escribía de todos modos, y observaba como ausente cómo los huecos iban rellenándose de manera natural. Curiosamente, descubrí que había estado desparramando la novela en algunos relatos cortos que escribí estos meses atrás, como si tuviera una idea y un mensaje empujando por salir y no acertara a abrirle la puerta adecuada. Estos relatos vinieron a integrarse en el grueso de la novela y encajaron como si siempre hubieran sido diseñados para ello. Probablemente, así era.
Un día, las últimas lagunas, misterios y dudas se despejaron. Escribí los últimos capítulos con todo el esmero que me fue posible y terminé. Estaba hecho, por fin. La sensación fue insuperable, y he terminado ya algunas novelas en mi corta carrera como escritor. Ninguna como ésta. Me quedé mirando lo que había hecho, y se sentía… Bien. Estaba. Era.
Los primeros lectores cero fueron salvajemente entusiastas. Mucho. Me hicieron pensar que, realmente, lo había conseguido. Que ALMA escondía un mensaje, una perspectiva, un aprendizaje. Que tenía algo que aportar. A la gente. A quien quiera asomarse a sus páginas. A ti, probablemente.
Espero que así sea. Me gusta pensar que ALMA es algo más que una historia de ficción. Tal vez, cuando termines, se te ocurra pensar que se trata, más bien, de un Agujero. O una Puerta.
¿Y sabes qué?. Será lo que necesites que sea. Como siempre.
Nos vemos. Seguro